El Convenio del Consejo de Europa para la protección de los derechos humanos y la dignidad del ser humano respecto de las aplicaciones de la biología y la medicina (Convenio sobre los derechos del hombre y la biomedicina), suscrito en Oviedo el día 4 de abril de 1997 consagró jurídicamente la denominada Autonomía del paciente.
En España la relación médico – paciente se regula por la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica.
La tradición de la atención médica desde Hipócrates empezó a denominarse “Paternalista” hace unos 50 años, producto de indudables abusos en la práctica asistencial (no sólo de médicos sino de todos los estamentos sanitarios), y frente a ese paternalismo se fraguó el concepto de la Autonomía del paciente.
Pasados unos años, podemos observar que la nombrada autonomía tampoco ha servido para mejorar la relación médico-paciente (RPM), que se ha convertido o bien en defensiva, o bien en transferir toda la responsabilidad al paciente.
Sin embargo, la asimetría real en la situación del médico y del paciente tienen otro aspecto en el que en mi opinión la Autonomía ha descarrilado de su objetivo de mejorar la perspectiva del enfermo: el contrato económico.
John Rawls y la teoría filosófica contractual de la filosofía política y moral se basa sobre el Concepto de Posición Original del Contrato Social. Resulta que respecto a la salud no pueden plantearse las mismas premisas. No podría existir un hipotético Velo de Ignorancia (Rawls, 2006) porque la justicia no existe cuando hay miedo e inseguridad, como es durante una enfermedad.
Pero sobre todo no existe Racionalidad de las Partes. El enfermo, o su familia, no es un sujeto ecuánime. La enfermedad distorsiona la capacidad de juicio, lisa y llanamente. Un enfermo (o una familia con un enfermo) no puede tomar decisiones complejas respecto a la repercusión económica de su enfermedad. “Comprará todo lo que le vendan y pueda pagar”, acríticamente.
La misma desesperación que lleva a las familias a contactar con curanderos y someter al enfermo, previo pago, a toda clase de supercherías, ha permitido a algunos profesionales ofrecer actitudes terapéuticas en las que el beneficio para el prescriptor supera ampliamente los beneficios para el tratado, eligiendo la opción más cara o cirugía cuando debe intentarse otro tratamiento, o pruebas diagnósticas redundantes para mayor beneficio del ordenante, etc.
Ese tipo de profesionales en muchas ocasiones consigue gran impacto social y visibilidad, en centros rutilantes, y por consiguiente, es uno de los principales defensores de que el paciente es completamente autónomo para tomar sus decisiones.
Comenta el jurista Germán Méndez Sardina (LA APARICIÓN DE UN NUEVO TIPO DE PACIENTE EN LA RELACIÓN TERAPÉUTICA Y EL NEOPATERNALISMO MÉDICO http://www.bioetica-debat.org/modules/news/print.php?storyid=863) que “es necesario plantearnos una nueva RMP, en la que paternalismo y autonomía no sean términos antagónicos, sino complementarios, pues ya no significan lo mismo que antaño las llevó a ser términos absolutamente contrapuestos, dotándoles en consecuencia de un nuevo significado. El respeto a la autonomía del paciente, conscientes de sus derechos y obligaciones, y una nueva visión paternalista de la actuación del médico, basada en una actitud de confianza y respeto mutuo, que surja en aras de defender al paciente.
Ese nuevo paternalismo no desprecia al paciente, antes al contrario, en un bien entendido principio de beneficencia, extenso e integrador, que busca reforzar al máximo la autonomía del paciente, no limitada a una simple retahíla de derechos sino al reconocimiento de su dignidad como ser humano”.
Por mi parte, creo que, no por paternalismo antiguo, sino precisamente como consecuencia del modelo social creado, al enfermo no se le puede dejar abandonado a merced de las fuerzas económicas, porque la relación es asimétrica.
Bajo ese planteamiento, creo que debe asegurarse que “las enfermedades las paguen los sanos, porque los enfermos no pueden decidir”. Es mi forma de entender la Justicia Social.
Armando Molina Betancor