Stand on Zanzibar, traducida como Todos sobre Zanzibar, es una inmerecidamente olvidada novela distópica del escritor británico John Brunner publicada en 1968, que trata de los futuros problemas cotidianos (sobre 2010) de una Humanidad que ha alcanzado (acertadamente previstos) los 7.000 millones de personas, tantas que ocuparían todas puestas de pie la misma superficie que la isla de su título. Se llevó el premio Hugo a la mejor novela de Ciencia Ficción de 1969, y varios premios más.
Vaticinaba algunos problemas que se han visto cumplidos, como la adquisición por uno de los protagonistas en Las Vegas de una infección “casual” por un gonococo resistentes a todos los antibióticos, o el problema de la contaminación, aunque incidía más en el smog y basura sólida que en nuestra realidad de calentamiento y microplásticos.
Siendo adictiva su lectura, es muy difícil de resumir por su complejidad argumental. Sigue la técnica narrativa de John Dos Passos fragmentando el texto en un caleidoscópico collage de noticias, narración y citas.
Pero otra de las realidades alternativas que planteaba Brunner era que las multinacionales “comprasen países”. En el caso de la novela, United Technology llega a un acuerdo con el imaginario país africano de Beninia (Benin se llamaba Dahomey en esa época) para desarrollarse y pasar a formar parte del primer mundo.
En los sesenta el mundo y sus recursos parecían infinitos. Se presentían los super-ordenadores, y si había una empresa que dominara la técnica era International Business Machine, IBM.
Otras obras que leí de John Brunner son El rebaño ciego (The sheep look up,1972) y El jinete de la onda del shock (The ShockWave Rider, 1975).
Sobre todo en estas dos últimas, aparte del común futuro ecológicamente desastroso, se pre-visualizan escenarios en los que las corporaciones dominan sobre los gobiernos, y sobre todo en el último citado, adelanta la sociedad de la información, siendo reconocido como acuñador del término “gusano” (worm) y del concepto de virus informático, y la creación de una sociedad interconectada por una red de datos de la que el protagonista intenta escapar.
Lo que era dificilmente imaginable en los sesenta o setenta es que las empresas capaces de “comprar países” en 2020 no sea ninguna de las grandes corporaciones industriales como la comentada IBM o General Electric, sino las compañías triunfadoras de Internet: Google, Amazon, Facebook, Alibaba, etc. Aún así Brunner prevee grandes multinacionales de nuevo cuño, incluyendo una de apoyo psicológico (AntiTrauma Inc).
Recordé estas novelas al leer el equilibrado análisis publicado por Miguel Angel García Villar en El Pais el trece de julio de 2019 sobre la criptomoneda de Facebook.
Delineando aspectos de la realidad, si Facebook tiene éxito con su criptomoneda, quedará aún más evidentemente de manifiesto la pérdida de poder de los actores tradicionales, o sea, los gobiernos mediante sus bancos centrales, respecto a las multinacionales “patria nativa de 2.400 millones de personas” como Facebook.
Probablemente a ninguna corporación le interese poseer países. ¿Para qué? El concepto de propiedad de la tierra como signo de riqueza es del siglo XVII y anteriores. La aparición del Mercantilismo primero, y el Capitalismo después, acarreó la técnica y la industria como motores de la economía, pero, tal como comenta Santiago Niño Becerra en muchos de sus artículos, probablemente ya se ha cumplido el tiempo del Capitalismo (argumenta que los ciclos económicos duran 185 años), y nos adentramos en una nueva fase.
Poseer territorio y población sólo multiplica los problemas sin reportar ninguna ventaja salvo la vanagloria personal. Un reciente artículo sobre las ciudades erigidas por las empresas mostraba lo difícil de llevar a la realidad la platoniana idea de la Utopia, la ciudad perfecta.
Con la desaparición de la clase media y el aumento de la desigualdad, unido a que las revoluciones pasaron de moda, el peligro cierto es que el próximo sistema económico sea neoFeudal: una clase económica que posea todos los resortes de la economía (energía, información, alimentos, vivienda…) y una plebe carente de recursos que peleará por las migajas, que serán los privilegios que recibirán los mejores para trabajar de forma más eficiente en pro de los de clase alta.
Hasta ahora existían clanes familiares poderosos, que con recursos, conocimiento y habilidad se han mantenido a lo largo de los años, pero son excepciones. Es raro una fortuna que alcance la cuarta generación siendo económicamente relevante. Este turn-over de la economía ha sido una constante histórica, como ejemplifica en sus novelas-saga Edward Rutherford (Londod, Sarum, New York, Russka, Paris…)
En el mundo occidental, y muy evidente en España, vivimos una democracia oligocrática de partidos que dependen de la financiación bancaria para persistir, razón por la que los sucesivos gobiernos son “sensibles” a los problemas de los Bancos, y la legislación es “comprensiva” con ellos. La crisis de deuda (bancaria) de 2007 se intentó resolver de forma puramente contable, inmisericorde e inhumana, con un costo económico para las arcas públicas terrible, cuando existían otras posibilidades que no practicar centenas de miles de desahucios para entregar propiedades a los Bancos que ipso facto dejaban de pagar los gastos de comunidad, deterioraban los inmuebles, y en muchas ocasiones eran vendidos a fondos buitres pero convirtiéndose en pérdidas contables que fueron asumidas de una forma u otra (como tales pérdidas, como subvenciones encubiertas, o como rescates bancarios) por el Estado.
Si las grandes corporaciones actuales se apropian del sistema bancario, ¿cuánto tardarían en domeñar la legislación para que transcurriera aún más a su favor? ¿Podría cualquier gobierno sancionar a Facebook por su política de protección de datos como ha podido hacer recientemente? ¿O por cualquier abuso futuro?
En un mundo de descreimiento, no nos salva el Sacramento de la Confesión. Ni, desgraciadamente, el consuelo de la Ignorancia.